La Luz que se Empeña lo hace por cada uno de quienes pasan a su lado, sienten y no agradecen. La luz.
Quién haya cometido la osadía de leer alguno de los textos que de vez en cuando escribo y leo ya conoce de mi costumbre por acudir a los maestros para cualquier cosa que necesite.
He de confesar que desde que Gustavo plasmó la luz en esta imagen la intención de escribir sobre ese momento, esa naturaleza, esa textura, la intención era clara. Desde que quise hablar sobre lo ténue, apagado y desgarrador. Sobre el arte y el alma. Desde ese preciso instante, insisto, necesité el apoyo, el consejo, y quizá también, por qué no, el plagio de un buen Maestro.
La Naturaleza, como fuente, inspiración y guía, y como la mejor maestra ante la infinita variedad del mundo de las percepciones. Llena de luz, sombra, color, volumen, forma y espacio; algo consustancial para bien observar a Goya.
Volúmenes sobre una mesa y la inmensidad de lo luminoso, de lo tierno, de la historia y de un clima bipolar.
Ese que nos pone en la duda de si salir para que el frío nunca deje de curtir nuestra piel viva, o quedarnos dentro eternamente con la mirada puesta hacia lo lejos, sin pestañear, para no perder ni un segundo de la explosión de sutileza que cabe, sin embargo, en los seiscientos por seiscientos píxeles que se muestran en la cabecera de esta, otra página amable de las que podamos sentir más días.
Desentrañemos nuestra propia duda. Vamos a entrar el este clima, en esta sensación que hoy solo sabe regalar la naturaleza con la ayuda de una forma única de mirar.