*Escribía esta historia para dar comienzo a una nueva aventura. La nueva carta de vinos de Casa Beltrí. Integrábamos también un blog en la web del restaurante. Hablar de ilusión era poco para describir lo que sentí dedicando parte de mis horas de descanso a ese proyecto. Y creo que es por es que tiene vigencia y la cobra aún más ahora cuando lo que estamos haciendo es botar, iniciar el primer viaje de Vino y Raíz*.
Así que, como es ya costumbre, os invito a que conmigo en este caso, paséis de la mano de la bodega del restaurante a Vino y Raíz de esta forma. Considerad recién escrito lo que váis a leer.
Falta muy poco para inaugurar nuestra nueva carta de vinos. Unas cuantas páginas que contienen alguno más de noventa nombres de caldos seleccionados teniendo en cuenta la diferencia, los nuevos moldes, las nuevas variedades, unas recuperadas y otras casi fundadas de nuevo.
…,Hablar de ilusión era poco para describir lo que sentí dedicando parte de mis horas de descanso a ese proyecto. Y creo que es por es que tiene vigencia y la cobra aún más ahora cuando lo que estamos haciendo es botar, iniciar el primer viaje
Añadas, denominaciones, colores, y el cariño que le hemos puesto a cada letra y a cada gota. Esas percepciones que podrán hacer suyas en cualquiera de las visitas a nuestro restauante. Un menú maridaje con siete caldos diferentes nos espera en breve. Contamos con vuestra compañía. Y es que hay veces en las que uno para a pensar, a intentar vivir otra vez a través de la lectura. Y comienza a menudo con una aventura a través del tiempo. Bien está decir también que descorchar una botella de vino suele ser un buen comienzo. Sirve como combustible para nuestra máquina y como acompañante fiel durante el viaje.
Iremos contando en este artículo todo lo que pudimos ver entre páginas polvorientas a las cuales ni nos atrevimos a soplar. Y vimos imágenes. Pocas pero las suficientes para describir los pasos andados de entre ellas.
Planteamos un periplo relativamente sencillo y próximo en el tiempo. Comenzamos a vivir por esa segunda vez en Francia. Sí, todos sabemos que este líquido comienza a adquirir la esencia de vino en la época egipcia. Pero nosotros, sin abandonar esa lejana vida, queremos quedarnos en la Francia de la Revolución francesa (la prerevolucionaria para ser más precisos). Ahí nos situamos tras una breve lectura introductoria. Como por casualidad, tal y como vienen últimamente a nuestras manos muchas de las historias vividas en la sala del restaurante. Nos encontramos con cuatro botellas con algo parecido a vino. Preguntamos por el lugar descrito por las letras y obtenemos una información que nos trae también a nuestra época, a nuestro presente. No hace ni dos años de esto.
Y comienza a menudo con una aventura a través del tiempo. Bien está decir también que descorchar una botella de vino suele ser un buen comienzo. Sirve como combustible para nuestra máquina y como acompañante fiel durante el viaje.
En una subasta realizada en uno de los restaurantes más viejos de Europa, y quizá del mundo, que aún se conserva en pie (La Tour D´Argent) y que aún vende vinos y comida se expusieron para la venta a su mejor postor estas cuatro botellas de las que hablamos. Ingentes cantidades de dinero resonaban de entre un grupo de hombres como si de anuncios se tratase.
Alguien propuso, tras varias cantidades, una que no logró ser superada. Mil ochocientos euros por una sola de aquellas botellas. Se trataba de un coñac, quién sabe si trasformado en la misma botella que un día contuvo vino. No tenía etiqueta, claro, pero sí tras ella podíamos ver una tablilla negra y con unos trazos en tiza blanca lo siguiente: “Fine Champagna Clos du Griffier”.
Un viaje increíble a través del tiempo. Imagináos el calor de una noche de invierno al lado de una chimenea. Imaginad un ligero olor a humedad,… un libro,….
…,quisimos sentarnos en una mesa del restaurante. Habíamos oído que el pato de La Tour era todo un manjar y nos pusimos a ello enseguida. Un espectáculo de dioses. No recordamos el vino que bebimos, pero aún podemos saborear el postgusto de aquella noche que aún nos viene persiguiendo desde entonces,…
No supimos hacer un cálculo de las botellas que podía contener. Un placer comparable con muy pocos de los que hubiésemos experimentado en años. No habían pasado ni quince minutos cuando nos encontrábamos en el segundo piso hacia abajo. La bodega. La bodega. Aquel olor entre húmedo, frío, a cuero y heces nos llegó a dar hasta miedo. Era algo fuera de lo explicable, es algo muy difícir de describir lo que sentimos. Imaginamos las botellas enpolvadas por el paso de los siglos volando, cobrando vida en aquella cavidad.
Al día siguiente volvimos a la vida. Estamos viajando hacia la parte donde se acaba la vida llena de historia y de repente nos encontramos páginas cada vez con menos polvo. Avanzamos y todo se había diluído. Y de viajar en un gran libro nos vimos navegando en una tablet. Pasamos por una gran bodega. El museo más moderno del mundo. Estábamos en España, en las Bodegas Marqués de Riscal. Teníamos algo de prisa y volvimos a Casa Beltrí. La sensación de que se nos quedaban muchas historias del viaje por contar era grande.
Crecimos nosotros con la inquietud de este oficio. Y entonces volvimos a nuestras calles de siempre, atravesamos el jardín diseñado el los años veinte, igual que la casa que nos alberga.
Con la mente hicimos recuerdo de que antes del proceso vital del viaje andábamos en una historia de caldos también. Encontramos en el mostrador de la entrada la portada de una carta. Pedro Domeq en aquellos años diseñaba cartas de vino para los restaurantes. Bebimos agua, volvimos a la oficina, visitamos nuestra bodega, y enseguida nos topamos con el último boceto de nuestra propia carta de vinos.Mañana será otro día. Un día menos para que estrenemos nuestra carta definitiva. Quizá una de las metas que nos propongamos con el paso del tiempo sea subastar cuatro botellas con casi cuatro siglos de historia. Quién sabe.