Déjenme que me presente.
Soy Andrés Gómez, tengo 34 años, de profesión dirijo una “Compañía de Vinos” y me considero una persona apasionada e intensa. Hasta aquí todo suena de lo más normal, obviando lo frugal del asunto este de dirigir una compañía, o lo que cualquiera que me conozca constatará sobre mi intensidad y pasiones…
Pero no es la queja, ni la búsqueda de una agradable adulación los motivos que se pasan por mi cabeza al esbozar esta entrada de blog, no… el motivo que nos trae a este código es para añadir una nueva acepción al término “battonage”.
El “Battonage”, tal y como hasta ahora lo conocemos, es un vocablo francés aceptado hoy en día en argot enológico, que supone una técnica que consiste en mantener las lías finas del propio vino en suspensión, mediante batoneo (remover el vino desde el fondo) durante un determinado tiempo, y por lo general a lo largo de una parte de la crianza del vino.
Si extraemos los conceptos de “battonage” y los extrapolamos a cualquier fundamento, desde la virtud que guarda la intención de su naturaleza, es en si misma una técnica minuciosa o un trabajo cuidadoso que se realiza para extraer del vino su mayor bondad… y en esas ya me encuentro más cómodo para empezar a hacer “battonage”.
Existen quienes a lo largo de los años dentro de la gastronomía, y especialmente en la sumillería, han pensado que simplemente por el hecho de ser o estar ya podían ejercer sin requerir mucho más que un buen discurso. Estos mismos son quienes piensan de la sumillería, a diferencia de muchas otras doctrinas, que está fundamentada nada más que en la opinión personal y subjetiva.
Así descrito, esto es un pie de cuba para histriones que con rima y romántica prosa pueden embeber el oído y sorber el parecer. Y no es cuestión de llevar a juicio sino de llamar a la razón y el conocimiento para que él mismo y generosamente, sirva una copa de luz a este asunto que me resulta importante, quizás porque lo respeto y me va en ello algo más que un buen trago…
La sumillería se nutre de la pasión; no existe otra forma de saciar la avidez de conocimientos que ésta requiere mas que con pasión. Pero está fundamentada y tiene rigor.
La exigencia y excelencia que requiere reside en ser conocedor de todos los factores que rodean al vino. Y créanme si les digo que son complejos por las características organolépticas del vino, la historia que lo acompaña desde hace mas de 8000 años, la diversidad de varietales, condiciones de suelos, estilos, exigencias del mercado y un largo etcétera que tiende a infinito. Ser sumiller significa ser un EXPERTO.
Y es que a veces se nos olvida que sólo a través del aprendizaje, y de la amplitud de miras que otorga la CULTURA se puede crear criterio.
Quizás en este siglo XXI de evolución y desarrollo tecnológico, de la velocidad de la comunicación y de la accesibilidad, tengamos a nuestro alcance todo la información y conocimiento que deseamos, incluso a asesores e influencers que nos acompañen y solventen las indecisiones. Es entonces cuestión propia discernir a quien otorgamos confianza, quien será nuestro prescriptor, y a quienes damos nuestros “likes”. Sería irrelevante que nos indicara sobre nuestras inversiones económicas un pintor hiperrealista; que nos diera consejo respecto a nuestras próximas vacaciones una ingeniera agrícola, o bien que recurriéramos a un comentarista deportivo para que nos valore un vino. ¿no creeis?